Acaba de finalizar el Tour. La máxima prueba ciclista en el calendario mundial. Parece que la sombra del dopaje llega a su fin (este año también hemos tenido escándalo pero menos sonado). Todos contentos. Otro español (Carlos Sastre) ha hecho historia al proclamarse vencedor tras una etapa memorable de montaña en Alpe D'Huez.
Pero aquí no está la noticia sino que ésta recae en manos del corredor belga Win Vansevenant (Silence-Lotto).
Todos los medios corren como locos tras él para realizarle una entrevista o reportaje. Hay que reconocer que lo suyo tiene mérito: ha finalizado por tercer año consecutivo en la última posición de la gran ronda francesa. Lo que coloquialmente se conoce como "farolillo rojo". Como se dice siempre, lo importante es participar. Su dificultad tendrá porque este año no lo ha conseguido hasta última hora. Todos bromean sobre ello pero el erre que erre. Y lo curioso es que muchos equipos se lo rifan para tenerlo en sus filas (algunos cracks del ciclismo lo reclaman a sus directores; desde 1999 ha pasado por más de nueve conjuntos). Es el corredor que se desvive por su jefe, por el líder del equipo; lo cuida, lo protege, pierde todo el tiempo del mundo en favor del grupo. ¿Quien se encarga de cambiar de bicicleta dejando la suya en caso de accidente o avería de la misma? ¿Quien se sacrifica para bajar hasta los coches y recoger los bidones para el equipo? Ese personaje no es otro que el belga Win.
Desde aquí mi pequeño homenaje a este profesional. Él también acaba de hacer historia en el palmarés del Tour. Es otra forma de ver el deporte.
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